Bajo la majestuosa sombra del volcán Popocatépetl, en el rincón ancestral de Atlixco, México, un misterio enterrado en las páginas del tiempo ha encontrado su voz.
La leyenda de un templo olvidado, erigido por manos indígenas mucho antes de que los vientos de la colonización europea barrieran estas tierras, ha sido confirmada por una valiente expedición arqueológica.
Esta joya de la historia, conocida como teocalli, se alzaba orgullosa en la cima del cerro de San Miguel, mientras, en su base, la capilla católica adoraba al mismo Dios bajo un manto diferente. Las crónicas orales, susurros del pasado, hablaban con reverencia de este lugar, pero la arqueología moderna se había mantenido muda hasta hoy.
Un equipo de antropólogos, guiados por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), desenterró los secretos enterrados en el corazón del cerro. Entre las capas de historia, hallaron tesoros ancestrales, objetos que han reposado en el abrazo de la tierra durante más de un milenio. Herramientas de piedra, adornos, y vasijas de barro, tejidas con esmero por los nahuas mesoamericanos que antaño llamaron hogar a esta tierra.
Estos artefactos, hechos por manos que palparon el alba de los tiempos, arrojaron luz sobre un pasado perdido. Con la pasión de verdaderos buscadores, los investigadores no se conformaron con sus hallazgos iniciales. Excavaron aún más profundo, en busca de los cimientos de un templo que la historia había olvidado.
En el norte de la capilla, un pozo arqueológico reveló un suelo de cal y arena, rodeado por un muro de piedra aferrado con lodo. Un templo prehispánico, enterrado en los anales de la memoria, surgía ante nuestros ojos.
Fragmentos cerámicos, testimonios de un tiempo lejano, emergieron durante el salvamento arqueológico llevado a cabo en el verano de 2023. Los restos confirmaron la autenticidad de la leyenda que, de generación en generación, había perdurado en los susurros de Atlixco.
Este templo prehispánico, con sus muros y pisos, al menos dos etapas de construcción, ha sido finalmente rescatado del olvido. Pero el misterio persiste, ya que los dioses a quienes fue dedicado permanecen en sombras. Quetzalcóatl, el creador y civilizador; Tláloc, dador de lluvia; o Macuilxóchitl, el patrón de los juegos, la danza y las festividades, podrían haber sido los destinatarios de la devoción en este lugar sagrado.
A pesar del velo de incertidumbre que aún se cierne, la confirmación de esta antigua creencia popular, arraigada en el alma de los atlixquenses durante más de cuatro siglos, fortalecerá la identidad de este pueblo. La historia ha hablado, y la verdad enterrada ha emergido como un faro, guiando a las generaciones presentes y futuras hacia la grandeza de su legado.