La meseta de Guiza emerge como un crisol de enigmas entre los sitios antiguos más icónicos del planeta. Desde la magnificencia de la Gran Pirámide hasta la enigmática mirada de la Esfinge, su misterio se cierne sobre la historia. A pesar de siglos de escrutinio, el enigma persiste: ¿quién erigió estos monumentos colosales y con qué propósito?
A unos 5.000 pasos al suroeste de esta meseta, se encuentra Zawiet El Aryan, una antigua necrópolis que podría albergar la clave perdida de este rompecabezas monumental. En mayo de 1900, Alessandro Barsanti, un destacado arquitecto y egiptólogo italiano, exploraba la pirámide de capas en esta localidad.
Barsanti, conocido por su hallazgo de la tumba de Akenatón en 1891, desestimó inicialmente la pirámide de capas. Era poco más que un montón de ruinas, sin atractivo particular. Sin embargo, su intuición pronto lo llevó por un camino menos transitado en su regreso a Guiza.
Desde una meseta adyacente, Barsanti observó un detalle intrigante: a milla y media al norte de la pirámide de capas, el suelo estaba cubierto de fragmentos de granito y polvo de pulido. Esto sugería un antiguo campo de trabajo para la preparación de bloques y objetos destinados a alguna tumba monumental oculta en las proximidades.
Con cautela y determinación, exploró la región y descubrió restos de un inmenso edificio rectangular, apenas perceptible entre la tierra circundante. Este hallazgo encendió la llama de la curiosidad de Barsanti, llevándolo a reunir un equipo y regresar al lugar misterioso.
La excavación reveló un gigantesco pozo de piedra caliza que se hundía profundamente en la tierra. A medida que despejaban el lugar, encontraron bloques de granito rosa, poco utilizado en la construcción egipcia. A 21 metros de profundidad, se toparon con un bloque de granito rosa de 30 toneladas, marcando el fondo del pozo.
Este descubrimiento, para Barsanti, era una señal de acceso a un mundo subterráneo, uno repleto de tumbas y tesoros incalculables. Sin embargo, las inscripciones halladas en el lugar desafiaron a los eruditos de Guiza y El Cairo, quienes no lograban descifrar su significado ni atribuir su autoría.
La excavación continuó, revelando un misterioso recipiente de granito rosa, cuidadosamente protegido bajo capas de cal y arcilla. Pero su apertura no reveló ningún tesoro tangible, solo unas paredes revestidas con un extraño depósito negro, insinuando el uso pasado de la tina.
El equipo también halló un enorme bloque de granito que parecía obstruir el camino a los supuestos departamentos interiores. Mientras Barsanti persistía en su búsqueda, la noticia de sus hallazgos se esparció, dividiendo opiniones entre la comunidad de la egiptología.
Y justo cuando la incertidumbre rodeaba el sitio, un descubrimiento fortuito iluminó el camino: una escalera finamente elaborada en el extremo norte del pozo, insinuando la presencia de aposentos o cámaras interiores.
El 31 de marzo de 1905, una tormenta desgarradora castigó el desierto con lluvias torrenciales, inundando el pozo con más de tres metros de agua. Curiosamente, en cuestión de horas, el nivel del agua descendió bruscamente un metro. Para Barsanti, esto confirmó su sospecha: el agua se filtraba hacia cámaras subterráneas, a los escondites ocultos bajo el pozo.
Esta demostración fue el estímulo que Barsanti necesitaba para reafirmar su convicción. Con la promesa de desentrañar los misterios que se ocultaban bajo tierra, él y su equipo se lanzaron a remover el piso de granito rosa del pozo, intentando desgarrar las piedras en el suelo. Sin embargo, este intento resultó ser extremadamente arduo.
Los bloques eran masivos, pesados y estaban sellados con un mortero robusto. Además, estaban entrelazados como un rompecabezas, desplazar uno significaba perturbar todo el conjunto. A finales de 1906, sin haber descubierto el secreto del pozo en Zawiet El Aryan, Barsanti se encontraba sin fondos, forzado a poner fin a la labor y enviar a su equipo de vuelta a casa.
Pero su determinación no flaqueó. Durante años, buscó financiación adicional, proclamando a todos quienes quisieran escuchar que estaba al borde de un descubrimiento asombroso. Finalmente, en 1911, obtuvo financiación, y casi cinco años después de su partida inicial, regresó para reanudar la excavación.
En esta ocasión, Barsanti adoptó un enfoque más enérgico, ordenando a su equipo arrancar brutalmente los bloques de piedra caliza que formaban el extremo este del pozo, cavando un túnel para facilitar la extracción del piso de granito rosa.
El trabajo fue titánico. El peso de los bloques, la solidez del mortero y el patrón entrelazado representaron el desafío más formidable al que su equipo se había enfrentado. Pero para Barsanti, esta dificultad confirmaba su convicción: los bloques del piso estaban tan fijos porque ocultaban un tesoro.
Lamentablemente, nuevamente se quedó sin fondos antes de resolver el enigma. Por segunda vez, se embarcó en una búsqueda de un nuevo mecenas. Sin embargo, antes de encontrarlo, estalló la Primera Guerra Mundial, cerrando los sitios de Egipto para una mayor exploración. En 1917, Barsanti falleció inesperadamente a la edad de 59 años.
A diferencia de continuar el trabajo de Barsanti, los egiptólogos dejaron el sitio en el olvido, dejando sin resolver el enigma que yacía bajo tierra. Con el tiempo, la arena llenó lentamente el pozo, relegándolo al olvido hasta la década de 1950, cuando el lugar fue elegido como escenario para la película "La Tierra de los Faraones" en 1954.
El acondicionamiento del sitio para la película proporcionó la primera oportunidad para obtener impresionantes imágenes del lugar. Intrigados por estas tomas, dos académicos italianos, Vito Marajollo y Celeste Rinaldi, decidieron investigar más a fondo, armados con las notas originales de Barsanti.
Al llegar a principios de la década de 1960, se encontraron nuevamente con el pozo lleno de arena, lo que requirió su remoción antes de comenzar cualquier estudio serio. A pesar de sus esfuerzos, la restricción del gobierno egipcio en 1964 cerró el acceso al sitio, expulsándolos rápidamente y sumiendo los secretos del pozo en el misterio, resguardados por instalaciones militares.
En la década de 1960, una teoría revolucionaria emergió a través del trabajo de Edward Kunkel, un hombre cuyos hallazgos sacudieron los cimientos de la Egiptología. En 1962, Kunkel publicó un libro titulado "Farahon Spam", desatando un debate sin precedentes en la comunidad académica.
Su argumento: los pasajes y cámaras dentro y debajo de la gran pirámide eran componentes de una inmensa bomba de agua utilizada para irrigar el desierto. Kunkel afirmaba la existencia de dos bombas: una subterránea, representada por la misteriosa cámara de la pirámide, y otra en las cámaras media y superior.
Aunque esta teoría enfrentó escepticismo, algunos ingenieros vieron mérito en la idea. Aunque el diseño de Kunkel de dos bombas era improbable, señalaron que una bomba de ariete a gran escala podría tener sentido. Esta antigua tecnología utilizaba la fuerza de gravedad para mover agua entre depósitos.
Con este concepto en mente, investigadores crearon diseños teóricos en los que la pirámide se alimentaba del Nilo y el lago Moeris, aprovechando las diferencias de elevación en una red de riego por gravedad en Guiza.
El argumento económico también respaldaba la idea. La construcción de la pirámide implicó enormes recursos y esfuerzos, lo que planteó la pregunta: ¿por qué invertir tanto en una simple tumba? Los faraones, aunque poderosos, también estaban limitados por realidades financieras y de retorno de inversión.
Un vínculo entre la gran pirámide y el misterioso pozo en Zawiet El Aryan se tejió: algunos creían que el sitio no era una pirámide inacabada, sino un punto de salida para el agua bombeada. Sugirieron que la tina ovalada podría haber contenido esta agua y sellarse cuando la bomba dejó de operar.
El ingeniero marino John Cudman, influenciado por el trabajo de Kunkel, realizó una investigación detallada. Al estudiar la estructura y observar signos de daños por agua en la cámara subterránea, llegó a la conclusión de que había funcionado como una bomba de agua.
Cudman construyó modelos a escala y, después de varios intentos, logró que uno funcionara. Sin embargo, sus descubrimientos fueron aún más extraordinarios: la pirámide no solo bombeaba agua, sino que generaba pulsos que creaban una onda de compresión vertical. Estos pulsos interactuaban con el granito de la pirámide, generando electricidad.
Esta nueva teoría planteaba la posibilidad de que la gran pirámide no solo fuera una bomba de agua antigua, sino también un generador de electricidad. Esta perspectiva abrió una nueva comprensión de la función de la pirámide en la antigüedad.